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Se propone la incorporación progresiva de la perspectiva de género en la lectura de textos literarios narrativos (cuentos y novelas) en todos los cursos de la educación secundaria.

Lectura y resistenciaAccedé al artículo completo de la Revista Novedades Educativas nº321 en tu BIBLIOTECA DIGITAL.


A partir de un proyecto de lectura crítica se busca visibilizar las relaciones asimétricas de poder entre los géneros que los discursos vehiculizan y, de este modo, resistir las representaciones hegemónicas opresivas para las mujeres y otorgar nuevos significados a lo leído.

El discurso en general, de manera opaca o transparente, representa la realidad, la ordena, la homogeneiza, la ignora, la oculta, legitima dicho ocultamiento, la tiñe ideológicamente, por lo que asumir una perspectiva de género en la lectura de los discursos hace posible leer críticamente y cuestionar esa realidad discursiva. Es que, como sostiene Foucault, “el discurso puede, a la vez, ser instrumento y efecto de poder, pero también obstáculo, tope, punto de resistencia y de partida para una estrategia opuesta” (2009, p.97).

Y es eso lo que se promueve con una lectura con perspectiva de género: crear un punto de resistencia a la opresión genérica como a otras opresiones y/o discriminaciones.

Es innegable que el orden patriarcal modela nuestra subjetividad y nos constituye. Foucault habla de dispositivo para referirse a la red de relaciones entre diversos elementos heterogéneos, tales como discursos, instituciones, arquitecturas, reglamentos, enunciados científicos, entre otros, los que modelan en mayor o menor medida a los/las sujetos (1985, p. 130).

Desde este posicionamiento teórico postulamos un proyecto de lectura crítica de cuentos y novelas (entre otros tipos textuales) sustentado en el enfoque interpretativo de la lectura, el análisis crítico del discurso y la perspectiva de género.

El enfoque interpretativo de la lectura sostiene la relación comunicativa entre texto (mensaje-obra) y lector. Se trata de un diálogo entre obra-autor-lector, entre las intenciones de la obra y el autor con los sistemas de significación de cada lector. Es por ese motivo que un texto tiene la posibilidad de sentidos plurales, de interpretaciones infinitas y se enriquece con ellas (Eco, 1998).

Los textos prevén dos tipos de interpretación: semántica y crítica. En la primera, el lector llena de significado el texto literal; en la segunda, explica las interpretaciones que el texto (le) suscita. En este último caso, un lector modelo crítico –como lo denomina Eco– colabora buscando pistas y aportando sus expectativas psicológicas, culturales e históricas (1998, p. 36) a la intención del autor y de la obra.

El análisis crítico del discurso (en adelante, ACD) es una perspectiva crítica que analiza el discurso desde un enfoque cognitivo y social, centrada en las relaciones de poder, dominación y desigualdad social que los acontecimientos o interacciones comunicativas vehiculizan.

En lo que respecta a los textos, ficcionales o no ficcionales (o literarios o no), son relevantes para el ACD las implicaciones, alusiones, presupuestos, en fin, significados indirectos o implícitos que –más allá de los explícitos– reproducen creencias, estereotipos, representaciones sociales propios de la ideología del modelo mental dominante (Van Dijk, 2003).

La perspectiva de género –instalada históricamente alrededor de los años 90– implica aproximarse a la realidad social cuestionando las prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales (Gamba, 2009, p. 122), elaborados a partir de las diferencias entre los sexos, y que sustentan relaciones de poder asimétricas, generalmente de dominación masculina y, consecuentemente, de subordinación femenina. Asimismo, mediante este enfoque, se trata de visibilizar la transversalidad de esta construcción social e histórica del género, que atraviesa la trama social e interactúa con otras diferencias como las de clase, raza, etnia, edad, religión, entre otras.

Además, con esta perspectiva, se trata no solo de analizar las relaciones asimétricas de poder sino, también, se fomenta la construcción de un enfoque de equidad que posibilite transformar dichas relaciones entre hombres y mujeres, para producir cambios en las representaciones hegemónicas respecto de los géneros.

En palabras de Lagarde, “la perspectiva de género implica una visión del mundo”, comprende “los logros, los derechos, las oportunidades y las libertades” y conduce a “generar condiciones sociales que permitan a las mujeres vivir con bienestar y en libertad, así como a las mujeres y a los hombres vivir en igualdad” (2015, p. 25).

La lectura con perspectiva de género nos permite construir una visión crítica sobre los relatos de la cultura dominante, así como también promover la creación de miradas diferentes sobre esos relatos y la difusión de narrativas contrahegemónicas, capaces de incidir en la superación de ideologías patriarcales.

Para desvelar ese orden patriarcal, los textos ficcionales –si bien la literatura tiene un fin en sí misma que es el placer estético– posibilitan reflexionar acerca de la realidad que recrean y/o del punto de vista que priorizan sobre esa realidad.
La perspectiva de género y el análisis crítico del discurso hacen posible una lectura crítica que supere el significado literal y que aporte interpretaciones en las que el lector/a sea capaz de visualizar y resistir las relaciones asimétricas de poder. Como sostiene Almudena Hernando, las desigualdades se legitiman enseñando a los miembros de la sociedad a mirar el mundo a través de la mirada particular de quienes tienen el poder, a través de las instituciones de enseñanza, la información y la publicidad (2015, p. 16). La lectura crítica con perspectiva de género se transforma en un punto de resistencia a esas enseñanzas.
 

Tras las pistas de indicadores cualitativos de desigualdad
Las mujeres –esencializadas en “la Mujer”– se han visto representadas tradicionalmente en el lugar del “Otro”, opuestas al “Hombre”, negadas como sujetos. Además, esa “otredad” que las mujeres representan está marcada por la inferioridad que se opone al prestigio del varón, por la descalificación simbólica y por la opresión concreta que la sociedad patriarcal efectúa sobre ellas.

Los discursos, por su parte, conllevan ideología –ya que toda significación es ideológica– por lo que vehiculizan y refuerzan la heterodesignación hegemónica hacia las mujeres, es decir, designan cómo debe ser “la Mujer” y qué entienden los hombres por “lo femenino”.

Así, las representaciones y estereotipos han cargado de connotaciones negativas la vida de las mujeres, a la vez que han legitimado prejuicios y comportamientos desfavorables hacia ellas. Los discursos han tenido –y tienen– significativa implicancia en esta visión hegemónica de las mujeres.

No obstante, si bien el discurso es instrumento y efecto de poder de la sociedad patriarcal no es menos cierto –como sostiene Foucault (2009)– que puede transformarse en obstáculo y resistencia a las visiones hegemónicas, en este caso, de lo femenino.

Para tal fin, es preciso develar y visibilizar los indicadores de descalificación, dominación, discriminación, control, inferiorización, violencia –en sus distintos tipos y modalidades– entre otros, que se manifiestan a través del lenguaje en los distintos discursos que se “lean” –en sentido amplio– con los/las adolescentes y jóvenes.

Hemos pensado algunas categorías posibles de análisis, basadas en la perspectiva de género, que permitirán visibilizar significados opresivos para el género femenino, a la vez que la lectura crítica posibilitará que dichos sentidos sean reconceptualizados mediante valores positivos para las mujeres.

En lo concerniente al universo masculino algunas categorías posibles –entre otras– son:

  • Centralidad del mundo masculino. El hombre es considerado el centro del mundo social. Esta visión del universo se denomina “androcéntrica” porque el varón se erige en modelo de “lo humano”.
  • Poder de los hombres. El poder masculino –tantas veces negado y enmascarado– es la base de la sociedad patriarcal y de la desigualdad y subordinación de las mujeres, entre otros colectivos. Este poder se fundamenta en la supuesta superioridad de los hombres, dueños de todo lo que los rodea. Y este poder les da derechos.
  • Micromachismos. Definidos por Luis Bonino (1996) como estrategias utilizadas por los hombres para mostrar poder y dominio sobre las mujeres, fruto de las desigualdades entre ambos géneros y de la asimetría de las relaciones. Se trata de abusos de poder y violencias sutiles que se evidencian en la vida cotidiana, que reafirman el dominio masculino y coartan y coaccionan la libertad femenina.
  • Hombres sujetos, portadores de la mirada. Los hombres objetivizan el cuerpo femenino, lo expropian, lo transforman en un cuerpo cautivo, un “cuerpo para los otros”, “para el placer erótico de los otros”. Se apropian de él, de la sexualidad y de la subjetividad de las mujeres. En tanto sujetos, cosifican sexualmente a las mujeres, concretan “la opresión cosificadora”, la que muchas veces se asocia a la belleza y al éxito (Lagarde, 2015, p. 28).

En lo que respecta a las mujeres y lo femenino, es posible analizar algunas categorías tales como:

  • Subordinación femenina. El monopolio del poder por parte de los hombres produce la subordinación femenina. Se excluye a las mujeres de la toma de decisiones, se vulnera su independencia, se desvaloriza su palabra, se las conmina a obedecer las leyes patriarcales. Y a esta subordinación por género se le suman otras por edad, etnia, clase social, entre otras.
  • Universo femenino invisibilizado o inferiorizado. En la vida diaria, el mundo femenino se sigue desprestigiando –a pesar de la equiparación legal con los hombres– y la igualdad en la práctica es una ficción, ya que no se aplica al transcurrir cotidiano de la mayoría de las mujeres. La existencia de muchas de ellas es inferiorizada; se invisibilizan sus logros, se desvalorizan sus manifestaciones, se silencian sus necesidades, se les niega la equivalencia con los hombres.
  • Barreras y techos de cristal. Se trata, según la Organización Internacional del Trabajo, de barreras simbólicas o invisibles que impiden a las mujeres acceder a puestos jerárquicos, de decisión y alta responsabilidad, aun con formación y desarrollo profesional superior a los de los hombres que acceden a estos. Esta barrera es difícil de traspasar por posiciones subjetivas y objetivas: doble o triple jornada laboral, múltiples tareas en el ámbito doméstico, empleos asistenciales o de cuidado (docentes, enfermeras, etc.).
  • Diversos tipos y modalidades de violencia contra ellas. El desarrollo de las mujeres, su participación en espacios públicos y el empoderamiento que han logrado en los últimos tiempos, en contradicción con pensamientos y representaciones estereotipadas que sostienen los hombres, las instituciones y la cultura en general acerca de ellas, han agravado la violencia hacia estas mujeres, en sus distintas manifestaciones. Estas contradicciones se profundizan día a día y generan conflictos marcados por el autoritarismo, los intentos de dominación y la violencia, como formas de resistir la emancipación creciente de las mujeres.

Entre los indicadores cualitativos positivos para la perspectiva de género o acciones afirmativas para las mujeres, que es preciso visibilizar y/o construir a través de la lectura, consideramos, entre otros posibles:

  • Mismidad. Se define como “la centralidad del propio Yo” e implica una apropiación de sí misma por parte de las mujeres, de su espacio, su tiempo, su mundo. Conlleva al desarrollo propio –a pesar de las resistencias– y a la autorreferencialidad de cada mujer, su trabajo, su vida social, su transitar por el mundo, resistiendo el dominio y la dependencia (Lagarde, 2015, p. 46).
  • Sororidad. La hermandad entre mujeres es relevante para superar la opresión de género e instalar la valoración del mundo femenino, a partir de una positiva conciencia de género. Lograr la empatía de género reduce las diferencias entre las mujeres y promueve el acercamiento y el mutuo reconocimiento que conduce a la sororidad, a la hermandad entre mujeres.
  • Equifonía. Isabel Santa Cruz define la equifonía como “la posibilidad de emitir una voz que sea escuchada y considerada como portadora de significado y de verdad”, lo que posibilite credibilidad y dé lugar a la interlocución, o sea a “una relación dialógica” en la que las mujeres sean también interlocutoras y no solo receptoras (1992, p. 147). La equifonía implica, por lo tanto, no solo hablar sino, además, ser una voz autorizada, creíble y escuchada en todos los ámbitos.
  • Empoderamiento. En el desventajoso contexto de la sociedad patriarcal, el empoderamiento de las mujeres es un proceso, tanto individual cuanto colectivo, que promueve equidad e igualdad de género en los espacios de poder y en la toma de decisiones. Asimismo el empoderamiento implica tomar conciencia del poder de las mujeres, tendiente a superar sus situaciones de desigualdad y falta de autonomía en todos los órdenes de la vida.

(Continúa....)
 

Fuente: Fragmento extraído de la Revista Novedades Educativas nº321 disponible en tu Biblioteca Digital.
Autora: Norma Matteucci