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En muchos escenarios, el adulto procede al castigo como forma de imponer límites y moldear la conducta de los niños. Esta práctica no solamente produce malestar emocional sino que además cohíbe el aprendizaje y daña la autonomía de los más chicos.
Resulta necesario repensar la lógica de las intervenciones docentes en cuanto a los castigos y sanciones debido a que los primeros conllevan consecuencias nocivas generadas a través del maltrato o trato abusivo hacia los niños.


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En la actualidad, existe un marco legal que regula la violencia hacia el niño, sujeto de protección. La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) establece el marco normativo para la prevención y erradicación de las formas de violencia contra niños, quienes son considerados sujetos de derecho. Por su parte, la ley nacional 26061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (2005) agrega que el niño no debe ser sometido a ningún trato violento y aplica protección contra los castigos corporales y las sanciones crueles. A este marco normativo se suma la reforma del Código Civil y Comercial de la Nación, en la que se prohibió expresamente cualquier castigo corporal en todas sus formas, así como la violencia física y psíquica.

Sin embargo, en múltiples oportunidades las normas no proveen garantías ya que no encuentran mecanismos efectivos de aplicación. Existe una amplia brecha entre el marco legal y la situación real. De ahí la importancia de generar conciencia en torno a la necesidad de derrumbar estos modelos de castigo y optar por soluciones más productivas dadas en un marco de protección hacia los más chicos.

Para que los niños construyan el autocontrol se deben dejar de lado los métodos punitivos porque profundizan el sentimiento de desafecto en los niños. Los procesos de subjetividad infantil precisan una comprensión integral para lograr el aprendizaje de normas y valores. Con el fin de que el infante gane mayor autonomía, se le debe enseñar a tomar decisiones, a actuar por sí mismo, a manejarse con libertad.

Un niño depende afectivamente del adulto, ya que lo considera más y mejor capacitado para enfrentarse al mundo y además le brinda seguridad. Por ello, todo alejamiento de este apego desencadena en sentimientos de angustia en el infante. La voluntad del niño de obedecer se basa justamente en el miedo del niño a perder el afecto del adulto y es en dicho miedo donde se sientan las bases de la autoridad. Este fenómeno genera que el chico se considere a sí mismo como el causante del rechazo y siembre sentimientos de culpa.

Toda figura que representa la autoridad tiene la capacidad de proteger pero también de excluir. Los adultos pueden hacer un buen uso de su autoridad o bien, pueden abusar de la vulnerabilidad infantil”, reflexiona en esa línea Claudia Ester Gerstenhaber.

Para impedir que la obtención de obediencia se dé a partir del abuso emocional del niño, el adulto tiene que renunciar al poder que tiene de someter al niño a su voluntad. Una conducta autoritaria tiene como fin máximo la obediencia y transmite el modelo de relación de sometimiento, obstaculizando el desarrollo de la autonomía. Pegar como método de resolución refleja acciones inadecuadas para enfrentar situaciones frustrantes. Se vincula directamente con la impotencia de querer marcar límites a tiempo pero, en todos los casos, desemboca en una educación autoritaria.

Los métodos punitivos generan marcas en el desarrollo que son diferentes en cada niño pero se pueden relacionar con el temor al abandono o al castigo físico, la pérdida de espontaneidad, la postergación de deseos, una mayor conducta pasiva, ciertos problemas en el desarrollo de la identidad, mayor rebeldía, agresividad y resentimiento.

Desde el lugar de la escuela, se puede ofrecer a los niños modelos diferentes a aquellos que promueven el castigo como herramienta. Implica encontrar adultos que estén dispuestos a dialogar y a respetar sus emociones. Un error común, en este sentido, es intentar imponer límites al niño en una situación conflictiva a través de amenazas que este sabe que el maestro no podrá cumplir, hecho que permite que el alumno prosiga con su accionar y que el adulto pierda credibilidad.

Otra cuestión a evitar es caer en el riesgo de la comparación entre alumnos. Si bien un maestro puede pretender incentivar a un niño a través de este mecanismo, cada quien progresa a su propio ritmo, por lo que esta decisión produce un enfrentamiento y puede llevar a emociones negativas en los niños. Juegan un papel muy importante los elogios, ya que estimulan el reconocimiento individual por fuera de comparaciones grupales.

Muchas prácticas llevadas a cabo en los establecimientos escolares pueden recaer en este tipo de consecuencias negativas, tales como:

  • Obligar a pedir perdón.
  • Tomarse el desafío a la autoridad como una lucha de poder.
  • Depositar las problemáticas del aula en un único niño con dificultades.
  • Utilizar el mecanismo de la penitencia o la exclusión a través de un discurso autoritario.

Con este panorama en vista, Claudia Gerstenhaber propone establecer sanciones más que castigos. Las primeras pretenden una búsqueda de solución como fin último, para lo cual integra al niño en el acto de reparación. Como no existen consecuencias lógicas o naturales ante cada situación conflictiva, es recomendable encarar los problemas mediante una búsqueda conjunta de posibles salidas. Un plus: este proceso permite que el niño pueda verdaderamente reflexionar sobre la conducta llevada a cabo y reorientarla hacia un accionar más positivo. Las sanciones se tratan, al fin y al cabo, de una oportunidad para la formación.

 

Fuente: Fragmentos extraídos del libro Los límites, un mensaje de cuidado. Claudia Gerstenhaber (2021).