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El sentido de “hacer arte” en educación no es otro que celebrar lo singular y extraordinario de cada encuentro. Permite crear procesos de calidad de vida en el contexto de una escuela infantil donde existe una implicación del docente a nivel profesional y personal.

Extraído de libro realizado en conjunto entre Novedades Educativas y OMEP ArgentinaInstalación de juego para representar la escuela como contexto de vida y relación (Abad Molina, 2012)


Es decir, no solo se trata de “hacer arte”, sino de ser en el arte en relación con otros. No se trata tampoco de dignificar la labor del docente interpretando su quehacer desde una práctica artística al generar algún tipo de producto o imagen para desarrollar su propia expresión personal en el “escenario” de la escuela. Va mucho más allá y posee otro significado, pues hacer arte en educación significa tomar una opción entre otras muchas posibles, de pensar, actuar y crear sentido en comunidad. Es decir, de generar una acción intencionada y que se signifique como cambio, mejora y posibilidad a través de la práctica de una ética en resonancia con una estética. El arte, pues, es una concelebración y el docente puede ser el mediador, gestor o facilitador de esos procesos que vinculan los afectos con los conceptos.

Hacer arte en educación también es, por lo tanto, una manera de resonar en y con el otro desde la aportación que se realiza en cada historia individual para, posteriormente, tender puentes hacia la construcción del sentido de lo comunitario. Esta acción puede ser la trama emocional y simbólica para “hacer arte” en la escuela y que es posible sostener desde una investigación etnográfica y narrativa (en el ámbito escolar, por ejemplo, a través de la documentación pedagógica). Este proyecto artístico que el docente realiza a través de su profesión quizás dependa del significado que el arte posee como manifestación de humanidad y su conexión con los procesos de vida de cada individuo o colectivo. Es decir, un proyecto artístico es la expresión consciente de hacer arte por parte del docente en cualquier contexto o ámbito que pueda colaborar en la transformación de las personas. Hacer arte en educación significa, pues, implicarse en un proyecto que necesita de otros para establecer un acuerdo que no debería diferenciar entre quien enseña y quien aprende (Hernández, 2007). O simplemente sea significar y reconocer lo que cada día determinamos que es especial, extraordinario y revelador. Algo que ofrece el sentido para entendernos con otros en este vaivén continuo o intercambio de espacio y tiempo que es la vida.

Así, en un proyecto artístico en el que se implican los docentes, los participantes y colaboradores se proyectan a través de sus propios relatos, imaginarios y deseos, a los que las artes ofrecen voz y visibilidad. En esta propuesta resulta fundamental que el artista-educador otorgue a los participantes su verdadero protagonismo a partir de la materia prima que ofrecen, es decir, su propia experiencia vital que se desvela a través de los acontecimientos del proyecto y que puede ser recogida a través de diarios biográficos, imágenes significativas, documentos orales y sonoros e historias de vida en general. Son las propias personas las que aportan el sentido del proyecto desde su generosidad y, al mismo tiempo, desde su reconocimiento.

Por lo tanto, el proyecto artístico docente se escribe a partir de guiones que se nutren de las voces y acciones de las personas. Ese relato permanece siempre abierto a nuevas opciones y posibilidades como experiencia dialógica y compromiso que el artista-educador interpreta sin obtener necesariamente un producto determinado, ya que la gestión de estos proyectos se puede fundamentar también desde dinámicas de participación e inclusión, gestos y rituales, intercambios, actos de conciencia colectiva, etcétera. Es decir, una producción inmaterial que genera un patrimonio que es posible cristalizar en diferentes estrategias de narración y documentación (o arte de procesos donde el artistaeducador es convocante y operario para la producción de sentido y afectividad). En definitiva, maneras de mostrar las micronarrativas cotidianas que forman parte indispensable de ese guion abierto que se escribe cada día y con otros en la escuela como significación de esa realidad compartida como narración total para descubrir vínculos y relaciones inéditas entre los acontecimientos y las personas (Abad Molina, 2009).

En definitiva, “hacer arte” en educación significa sencillamente, el permitir ser y que esa narración vital que los niños y los adultos elaboramos juntos, tenga un tiempo y un espacio para ser representada con plenitud en ese lugar que llamamos escuela como manera de entender, visibilizar y generar pertenencia en la construcción de un relato colectivo basado en los acontecimientos, símbolos y procesos de vida.

Continúa...

 

Autor: Javier Abad Molina
Fuente: Capítulo 2. Arte comunitario... en el libro: El arte en la trama de la escuela infantil. Compilado por Spravkin, Contreras Braillard y Garrido.